lunes, 7 de febrero de 2011

Recuperando viejos textos, y reviviendo mi rincón del blogmundo

Lo intentas. Una vez, y otra vez, y otra vez… Y lo vuelves a intentar. Una vez más. Algo te dice que es inútil. A la vez, algo te dice que lo intentes de nuevo. Creo que el problema es que nada te dice que todo eso sirve para algo, ni que dejes de intentarlo. Las dos voces no se contradicen. Las dos voces se limitan a decirte que hagas algo inútil, pero que lo hagas de todos modos.

Entonces, te preguntas. ¿Algún día me dirán que pare? ¿Algún día me darán una esperanza? Y te das cuenta. Las dos voces no eres más que tu. Tú, y aquello que tú decides ser. Tú, y la barrera que tú mismo has creado.

Te da miedo romperla, pero no soportas seguir viviendo con ella. Lloras. No paras de llorar por cosas que en realidad no te importan. Pero necesitas una excusa. Un disfraz, para que la barrera no te reconozca.

Música.

Empiezas dejándote llevar por la tristeza. Uno tras otro, esos sonidos se juntan para torturar tu mente y te hunden aún más en tu indecisión. En tu miedo.
Pero entonces ves aquella canción. Hace mucho tiempo que no la dejas sonar. Hasta ese momento, no la habías echado en falta. No habías vuelto a pensar en ella. Pero en ese momento estás recordando su fuerza. Su rabia. Y la pones.

Empiezas a sentir todo aquello que habías guardado en esa especie de olvido aparente. Empieza a subir la rabia por tus brazos. Empiezas a sentirte fuerte. Libre. Sabes que no se trata más que de una sensación, pero no te importa. Tienes ganas de luchar por ti. Tienes ganas de llorar sabiendo el por qué. El por qué real. Sin disfraces. Sin mentiras.

Decides quedar con aquellos a los que realmente les importas, y hacerles saber que ellos te importan. Con buen humor. Sin momentos tristes. Porque la felicidad se debe celebrar, y esas personas te ayudan día a día a acercarte a ella. A tu lado, o lejos de ti, esas personas que te infundan fuerzas merecen un gesto bonito. Amistoso. Merecen sentirse tan queridos como te hacen sentir a ti.

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