lunes, 7 de febrero de 2011

Él

Una pequeña decisión, un estado de ánimo… la diferencia, a veces, reside en un sí o un no. Fue un plan tan improvisado que no estaba segura de hacia dónde iba hasta que estuve allí. Por algún motivo, me sentía libre. Y me limité a disfrutar de esa sensación.

Tocaba un grupo con el que había pasado muchas noches de verano. No cabía esperar que allí fuese a encontrar a alguien conocido… pero, capricho del destino, así fue. Y allí estaba él. Allí estaba yo.

No le conocía demasiado, tan solo la suma de conversaciones fugaces y encuentros casuales, lo suficiente para saludarle y sonreír. Pero aquella noche le vi diferente.
Por menos de un segundo, me sentí perdida en sus ojos. Después, la sensación se transformó en una animada conversación. Sin silencios incómodos. Sin frases de relleno. Sin palabras forzadas. Fluía, simplemente.

Sin darnos cuenta, nos encontramos cada vez más cerca. La noche derivó a un final tan inesperado para mí como su comienzo. Allí, tumbados, no sabría decir cómo, nos acercamos poco a poco, acurrucados.

Dormité en sus brazos, no sé por cuánto tiempo. Me desveló su mirada, tan intensa… Poco a poco, nuestros labios se acercaron, sonriendo tímidamente y sin dejar de mirarnos. Cerré los ojos al sentir la suavidad de su piel en mis labios, rozando los suyos sin llegar a besarnos.

Le escuchaba respirar, y me encantaba el calor de sus brazos rodeando mi cintura. Le miré. Le miré a los ojos y me di cuenta de que le estaba besando. Puede que nunca haya besado a nadie como lo hice aquella noche. No creí que se pudiese estar tan bien entre los brazos de la persona correcta…

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