viernes, 8 de abril de 2011

El transcurso del tiempo, inalterable.

Enredas un mechón de pelo entre tus dedos. Tu mente se entretiene en detalles, en pequeñas cosas que pueblan un sin fin de ideas. Vas dando vueltas a toda esa nube de pensamientos y te acercas a ese que, sabes, es especial. Cada día más presente. Cada día más sólido.
Si cierras los ojos puedes imaginar que te mira, que te sonríe. Casi puedes percibir su olor. Casi puedes sentirle rodeándote.
A veces tienes miedo. Tienes miedo a que sea demasiado importante para ti. Tienes miedo a enamorarte más que él. Tienes miedo a que aparezca quien sepa amarle mejor. Tienes miedo a no ser suficiente. A que se canse. A que se marche…
Pero cuando más miedo tienes, te sonríe. Te sonríe y te mira de esa forma tan sincera, que no deja lugar a dudas de que tú también eres alguien muy importante para él. Esa mirada que no conocías antes de conocerle a él. Y aparece de nuevo esa sensación que también llegó por primera vez con él. Esa felicidad que recorre tu cuerpo y se acumula en tu pecho. Y te das cuenta de que no te ves con nadie más. De que no quieres nada más. De que te fundirías en su pecho para poder sentirle siempre cerca. Y pides al primer Dios que se te pasa por la cabeza que, por favor, si es un sueño no quieres despertar. Porque en ninguna otra parte, con ninguna otra persona podrías ser tan feliz como lo eres con él.