domingo, 19 de septiembre de 2010

Y punto.

A la mierda. Que decida la suerte, el azar. Yo decido que decidan por mi. Si tiene que morir una parte de mi, adelante. Sobreviví a una, y sobreviviré a dos. Yo no pienso negarme una emoción más a mi misma. Un sentimiento. Si no puedo crearme un futuro para el futuro, me crearé un bonito pasado al que aferrarme. Y punto.

martes, 14 de septiembre de 2010

De nuevo yo. Otra vez jodidamente yo.

Peso. Siento el peso de mi alma. Siento el peso de los días, de la consciencia. Todo me pesa. Estoy cansada. Pero sé que por más que duerma no es tan fácil de solucionar todo esto.

Es horrible esa sensación de asqueo, de no saber a dónde ir y, lo peor, por qué.
Es horrible no saber que haces aquí. Ni allí. Ni en ninguna parte.

Cierro los ojos. Me centro en mi respiración. En mi flujo sanguíneo. En mis impulsos físicos. Una vez soy consciente de todo mi cuerpo, doy un paso más allá. Me concentro en mis impulsos mentales. ¿Qué quiero? ¿Comer? No. ¿Dormir? No. ¿Caminar? No. Desaparecer… Pero solo el cuerpo. Que quede mi mente. No te puedo dar eso, lo siento. Desilusión. Últimamente no hago más que pedirme cosas imposibles.

Crece más rápido. Deshazte. Conviértete en otra persona. Conviértete en un animal. Aparece en algún lugar remoto. Esfúmate, cuerpo, y déjame la mente. Inútil.

El otro día alguien vino a mi con una frase interesante. ‘‘¿Cuál es la diferencia entre ser mujer y ser niña? Prácticamente no hay diferencias. A menudo una intenta ser la otra. ’’

No tengo un solo recuerdo en el que yo quisiera ser mujer. Tampoco niña.

De pequeña quería ser pájaro. O agua. Incluso un olor en el viento. Nunca me preocupó crecer. Aún así, lo hice. Todos acabamos por hacerlo. Ahora resulta no ser suficiente. Crecí a la par de alguien y con la ayuda de otra persona. Algo que no muchos entenderán. No muchos entenderán ese vínculo que se creó. Me enseñó a dudar. A creer en mi. A mostrarme tal como soy frente al mundo entero. Me enseñó a percibir mi entorno de verdad. A apreciarlo todo, lo bueno y lo malo. Y me enseñó, a pesar de todo, a ser feliz, incluso dentro de mi angustia. Pero no me enseñó a enseñar, y tampoco a controlar el tiempo a antojo.

Ahora, ¿de que me sirve saber ser feliz? No lo puedo compartir. No lo sé transmitir… y la solución queda fuera de mi alcance.

Ahora sé que la felicidad no es real si no se comparte, y la persona con quien me gustaría compartirla no está dispuesta a entregarse a la felicidad.

Muy bien, vas mejorando…